prefación a la geografía de las plantas[1] DE HUMBOLDT
Francisco
José de Caldas
La relación contemporánea entre Alexander von Humboldt (1769-1859) y el
geógrafo colombiano Francisco José de Caldas (ca. 1768-1816),
aparte de su encuentro e interacción de pocos meses en Ecuador (1802), está
consignada formalmente en varios escritos en los que ambos personajes intercambiaron expresiones de admiración y
respeto. Caldas prologó la versión al castellano de La
Geografía de las Plantas con elogiosos comentarios, lo cual no fue óbice
para que anotara allí mismo las debilidades y equivocaciones del texto de
Humboldt. La Prefación, que se publica
parcialmente a continuación, se toma de Obras
Completas de Francisco José de Caldas (Bogotá, Universidad
Nacional de Colombia, 1966), pp. 383-399, reproducida del original publicado en
El Semanario del
Nuevo Reino de Granada (N° 16, 23 de abril, 1809). Otra versión más reciente
de Ernesto Guhl con el título Ideas para una
Geografía de las Plantas, más un Cuadro de los Países Tropicales, que también
incluye el texto completo del Prólogo de Caldas, está disponible en Versión
Electrónica en la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la
República, Bogotá.
Es preciso no confundir esta obra sabia con ese montón de escritos que inundan la república de las letras, que no contienen sino ideas comunes y trilladas, escritos miserables que perecen en el momento mismo de su nacimiento, y que no dejan tras de sí sino el oprobio de sus autores. La Geografía de las Plantas, obra original, llena de observaciones importantes, de miras vastas y filosóficas, en un estilo digno de la majestad de su objeto, es un cuadro grandioso de los Andes equinocciales. Las plantas, los animales, los meteoros, la agricultura de los pueblos del Ecuador, el hombre mismo, se presentan nivelados a los ojos del filósofo. Ocho escalas puestas a los lados del inmenso Chimborazo, contienen todas las producciones de la naturaleza y del cultivo, con todos los fenómenos que presentan la atmósfera y el cielo bajo la línea. Sobre un corte vertical de esta famosa montaña y de todo el Continente meridional de la América, están señalados el término de la nieve permanente, la región de la arena y de la esterilidad, la esfera de los musgos, de las gramas, de los arbustos, de los árboles y de las selvas colosales. Cada planta, cada ser organizado, ocupa aquí el lugar que le señaló la naturaleza. ¡Cuántos objetos reunidos en un espacio tan corto! ¡Cuántas ideas, cuántos conocimientos se amontonan en este cuadro verdaderamente filosófico!
Su autor, para darle más realce y contraste, ha puesto al lado del Chimborazo la cima inflamada del Cotopaxi, la del pico de Teyde, del Mont-perdu, del Monte Blanco, el pico de Orizaba, la del Etna y del Vesubio. Estos dos volcanes tan celebrados y tan famosos en la antigüedad, tan estudiados por los sabios del último siglo y tan temidos de los pueblos que tienen la desgracia de existir en su vecindad, aparecen aquí como unos pigmeos despreciables al lado de nuestras montañas. Las ciudades principales del Virreinato (Santafé, Quito, Popayán, Cuenca, Loja, Jaén); las minas de plata de Hualgayoc en el Perú, las de Europa, la nieve perpetua a 51° de latitud, la sal gema y los huesos fósiles de la llanura de Bogotá, las conchas petrificadas, el límite de la vegetación en Nueva España, etc., adornan los contornos de este corte de la América del Sur.
La quina, este bello producto de los Andes, más precioso que el oro y que la plata que abrigan sus entrañas y como ha dicho uno de nuestros compatriotas más ilustrados[2], este árbol de la vida, ha merecido al autor atenciones particulares. Señalando a cada planta un punto sobre el perfil del Chimborazo, la quina ocupa una zona de 1,200 toesas de altura perpendicular. A 1,500 toesas tira una línea paralela al horizonte, que constituye el término superior, y a las 300 toesas otra que hace el inferior del género cinchona. De una sola ojeada conoce el observador los lugares que producen estos árboles, y aquellos de que se hallan desterrados.
Esta obra nos toca muy de cerca, son
nuestras producciones, somos nosotros mismos los objetos de que trata. Merece
pues un lugar distinguido en nuestro Semanario, y que nuestros
compatriotas la tengan en su lengua propia. El autor la escribió en francés, en
la ciudad de Guayaquil, y la consagró al ilustre patriarca de los botánicos
dos José Celestino Mutis. Este sabio mantuvo el original inédito hasta su
muerte, y ahora se publica en una traducción fiel y conforme al manuscrito del
autor.
El Barón de Humboldt, rodeado de una vegetación abundante, de todos los animales que pueblan nuestros bosques, llevando su atención hacia los fósiles, a la forma y dirección de nuestras montañas, a los ríos, a los valles, a los meteoros, a la temperatura, a la geografía, a la astronomía, en una palabra, a cuanto le presentaban el cielo y la tierra, pasando con la rapidez que exigía su largo viaje, es preciso que se hayan ocupado a su penetración muchos objetos, y que haya incurrido en algunas equivocaciones. Nosotros, que hemos viajado dentro del Virreinato, por orden y a expensas de la Real Expedición Botánica de Santafé y de don José Ignacio Pombo[3]; que hemos visitado muchos lugares que nos son comunes con Humboldt; en una palabra, que hemos seguido de cerca los pasos de este viajero ilustre, con los mismos objetos y con la Geografía de las Plantas en la mano, parece que nos hallamos autorizados[4] para advertir al público lo que hemos notado sobre esta producción interesante del mártir voluntario del galvanismo. No es el prurito de escribir, no es la necia vanidad de exagerar los descuidos de los hombres grandes lo que nos obliga a poner algunas notas. El amor a la verdad, el deseo de ilustrar algunos puntos de física y de historia natural de nuestros países, son los motivos que nos mueven. Respetando las luces, los vastos conocimientos y los grandes talentos de este viajero extraordinario, más respetamos la verdad.
Notas
[Después de esta presentación general, Caldas complementó su Prólogo con 24 Notas, a manera de “advertencias” al trabajo de Humboldt. Se reproducen algunas de éstas, con su numeración original, más las observaciones finales, que, como una suerte de conclusión, cierran la Prefación]:
. . . . .
3. Quercus granatensis. Este árbol majestuoso, colosal, conocido entre nosotros con el nombre de roble, parece una especie nueva del género Quercus. En nuestros viajes lo hemos hallado desde las 280,0 hasta las 240,0 líneas del barómetro.
. . . . .
6. Aparece una palma. Ya hemos visto que en los países altos de la cordillera nacen muchas palmas, y no una sola, como cree Humboldt. Esta de que habla el autor es la que usan los pueblos elevados de los Andes en la sagrada ceremonia Dominica palmarum, muy abundante desde 1,500 hasta 3,500 varas sobre el nivel del mar.
. . . . .
13. Nosotros hemos hecho largas residencias en Quito, en Cuenca, en Loja, en Popayán y en Santafé; hemos observado detenidamente el barómetro, como se ve en nuestros MSS meteorológicos; hemos tomado la altura máxima, la altura mínima, por muchos días; hemos tomado el medio para cada uno; hemos sumado todas estas alturas medias, y las hemos partido por el número de días. De este modo se han fijado irrevocablemente las alturas medias del barómetro de otras ciudades. De ellas hemos deducido sus alturas sobre el nivel del mar, y son las siguientes:
Loja 1,089,44 toesas 2,542,02 varas
Cuenca 1,294,45 toesas 3,020,38 varas
Quito 1,451,59 toesas 3,387,04 varas
Popayán 893,06 toesas 2,083,80 varas
Santafé (Observatorio) 1,351,56 toesas 3,153,64 varas
1
toesa = 1.949 metros
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15. Wintera granatensis. Humboldt toma el sinónimo de Muray por el nombre que lleva esta planta en el sistema y en Jussiéu. En estos autores se conoce con el nombre de drymis granatensis. La descubrió el célebre Mutis, y el hijo de Linneo la publicó en el suplemento. En el Nuevo Reino de Granada se conoce con el nombre vulgar de ají, y en Popayán y otras partes de la Provincia de Quito, con el de canela de páramo. La corteza es sumamente picante y acerba.
. . . . .
Hemos terminado nuestras advertencias sobre
esta preciosa producción del ilustre viajero Federico Alejandro, Barón de
Humboldt. Cuando concebimos el designio
de publicarla no tuvimos otro objeto que ilustrar a nuestros compatriotas en
este ramo interesante de la botánica, y presentar a los jóvenes este modelo
único en sus indagaciones. Estos puros deseos de nuestro patriotismo, este celo
desinteresado en materia tan inocente, y
tan distante de la moral y de la religión, parece que ha dado motivo a algunos
para censurar la pureza de nuestras
intenciones. Yo apelo al juicio de los hombres piadosos y al mismo
tiempo ilustrados en las ciencias que hoy hacen nuestra principal ocupación,
para que decidan si esta producción, si lo que hemos notado puede ofender la
piedad más delicada, con tal que no se halle unida a la ignorancia. Nuestra
mayor gloria la fundamos en haber nacido en el seno de la Iglesia romana, y en
ser hijos fieles de madre tan sabia; y nuestras primeras obligaciones en ser
fieles a las legítimas potestades. Que antes de censurarnos se estudie, y se
tomen, no las palabras, sino su espíritu y su fuerza. Si elogiamos a Humboldt,
elogiamos sus talentos y sus producciones, como el mundo sabio elogia a Newton,
a Tolomeo, a Platón, Arquímedes, Apolonio...
El hombre puede mirarse bajo muchos aspectos. Este es grande por su piedad, aquel por su patriotismo, este
otro por sus talentos y por su saber.
El filósofo aprecia en todos las buenas cualidades, y estas son la materia de sus elogios. Es preciso ser un
estúpido para no admirar y para no tributar los elogios merecidos a la
profundidad de Newton, a la elocuencia encantadora de Bufón y a todos los
hombres grandes que han honrado al género humano con sus producciones
inmortales. Si tienen defectos estos genios extraordinarios, si alguna vez el
error se ha mezclado con la verdad, debemos acordarnos que en nuestra miserable
naturaleza el hombre es un compuesto de grande y de pequeño, de error y de
sabiduría, de virtudes y de vicio, y que, como dice Bailly, el sol mismo tiene manchas.
FRANCISCO JOSÉ DE CALDAS
[1] Humboldt escribió una obra con este título: Geografía
de las Plantas o cuadro físico de los
Andes equinocciales y de los países vecinos, levantado sobre las observaciones
y medidas hechas en los mismos lugares desde 1799 hasta 1803 y dedicado, con
los sentimientos del más profundo reconocimiento, al ilustre patriarca de los
botánicos, don José Celestino Mutis, por Federico Alejandro, Barón de Humboldt.
[Publicada en francés como: Essai
sur la Géographie des Plantes; accompagné D’un Tableau Physique des
Régions Equinocciales, par Al. de Humboldt et A. Bonpland, Rédigé par Al.
de Humboldt. A París, Chez
Levrault, Schoell et Compagnie, Libraries, XIII – 1805]. Dicha obra la envió el autor
manuscrita a Mutis; en Santafé la tradujo don Jorge Tadeo Lozano, y se publicó
con prólogo y notas de Caldas en El Semanario. El prólogo salió en el
número 16 (23 de abril, 1809). El señor [general Joaquín] Acosta reprodujo en
su libro la obra de Humboldt y los dos trabajos de Caldas. [Nota de Eduardo
Posada en su Obras de Caldas].
[2] Don José Ignacio Pombo, del comercio de Cartagena, y hoy prior de este Consulado, en un manuscrito intitulado Noticias varias sobre las quinas oficinales, sus especies, virtudes, usos, comercio, acopios, su extracto y descripción botánica. Esta obra, llena de erudición y de gusto, abraza cuanto se puede desear sobre los plantíos, acopios, envases y comercio de esta preciosa corteza. El autor la ha sabido embellecer con reflexiones y con hechos que siempre se leerán con gusto y con aprovechamiento. ¡Ojalá vea la luz pública cuanto antes! ¡Ojalá se estudie y profundice por nuestros compatriotas!
[3] Este ciudadano patriota y desinteresado apoyó con todas sus fuerzas mi viaje a la Provincia de Quito. Libros, instrumentos, recomendaciones, dinero, todo cuanto podía esperar un hijo de un padre generoso, recibí yo de su mano. No se crea que solicité ni que pedí estos bienes. Sin conocerme, sin haberme escrito jamás, me llenó de beneficios. Con el placer más completo de mi corazón le pago este tributo de mi reconocimiento.
[4] Tanto más cuanto ha muchos años que reunimos materiales y observaciones para una obra intitulada Fitografía del Ecuador, trabajando sobre un plan más vasto y tal vez más útil al comercio, a la agricultura y a la medicina vegetal. Como a Humboldt, la quina ha llamado toda nuestra atención. Bajando y subiendo los Andes en todos los sentidos, desde los 4° 30’ latitud sur, hasta 5° 25’ latitud norte, hemos podido fijar irrevocablemente los términos, no sólo del género cinchona, como lo ha hecho el autor de esta obra, sino también los de todas las especies que los constituyen. Las plantas que cultivamos, las que sirven en las artes y para restablecer nuestra salud, son las que nos han merecido la preferencia. Humboldt se limita a las alturas, y nosotros, después de establecer los términos precisos a que está reducida cada especie bajo el ecuador, nos atrevemos a señalar la latitud hasta donde extiende su existencia, y por decirlo así, a fijar los trópicos de todas las plantas que hemos sujetado a nuestro examen. Establecemos principios y leyes generales sobre la geografía de la vegetación, y creemos haber hecho dar un paso a esta ciencia, que, por confesión de Humboldt, se halla todavía en la cuna. A pesar de los esfuerzos que hemos hecho para perfeccionar nuestra Fitografía, aún nos restan que verificar muchas observaciones, y un viaje a los Andes de Quindío. Si las circunstancias, si mi fortuna me lo permiten, si llego a completar mis conocimientos en este ramo importante de la botánica, los presentaré al público como un testimonio del amor que profeso a mi país y a mi conciudadanos.