ALEXANDER von humboldt
H.F. Rucinque
El siguiente ensayo
biográfico está basado parcialmente en un artículo publicado a finales del año
pasado en Semestre Geográfico (Rucinque
y Jiménez 2001). Los datos biográficos básicos provienen esencialmente de
dos de los varios biógrafos que han estudiado a fondo la vida de Humboldt (De Terra 1956; Scurla 1982). El artículo se hizo con el doble propósito de
honrar por parte de este Portal el Bicentenario de los viajes de Humboldt por
el Nuevo Mundo (1799-1804), y de inaugurar la sección Biografía del sitio.
Ciertamente, desde 1999 el nombre y las obras de Humboldt, y las escritas sobre
él, han figurado en profusión, pero un intento adicional de recordarlo jamás
será redundante, máxime cuando el medio a través del cual se hace es uno
especializado en cuestiones geográficas.
Convencionalmente, la biografía de Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander
von Humboldt debe empezar con estos datos:
nació en Berlín el 14 de septiembre de 1769 y murió longevo en la misma
ciudad, el 6 de mayo de 1859. Quien habría de convertirse con el tiempo en uno
de los personajes cimeros de las letras y las ciencias decimonónicas,
pertenecía a una familia de estirpe aristocrática, constituida por su padre
Alexander Georg von Humboldt (1720-79), un oficial del ejército de Federico el
Grande de Prusia; por su madre, Frau Marie Elisabeth von Hollwege (1741-97),
descendiente de hugonotes de Borgoña exiliados en Prusia desde el siglo XVII,
heredera de apreciable fortuna de un matrimonio anterior; y por su hermano
mayor Wilhelm (1767-1835). Wilhelm también estaba destinado a formar parte de
la selecta comunidad de intelectuales europeos del siglo XIX y fue, entre otras
brillantes ejecutorias, el inspirador de las transformaciones de la universidad
alemana, que la convertirían en la punta de lanza de las ciencias en el mundo.
La infancia y temprana juventud de los hermanos Humboldt transcurrieron
entre Tegel, pequeña aldea en donde la familia tenía su casa de campo, y
Berlín, la capital prusiana. Helmut de Terra, uno de los biógrafos más
conocidos de Alexander, describe así
esta ciudad:
Por entonces, Berlín era la cuarta parte
del tamaño de París. Una urbe provinciana, con 150.000 habitantes
aproximadamente. Al igual que otras ciudades dieciochescas, era un lugar
ruidoso y maloliente; sus calles estaban llenas de basura, de carros
trepidantes, de mendigos y músicos ambulatorios; sus noches las hacían insomnes
riñas de borrachos y canciones tristes de los serenos. Federico el Grande había
hecho lo posible por dotar a Berlín de un núcleo de cultura italiana y
francesa, de acuerdo con su preferencia por las ciencias y las letras francesas
y por la música italiana. Desconfiaba de la cultura germánica. Nombró presidente
de la Academia de Ciencias a Pierre-Louis Maupertius, un físico y matemático
parisiense que había determinado el achatamiento terrestre en los polos. Pero
al hombre de la calle le importaba poco que este francófilo que ocupaba el
trono gustara la compañía de excéntricos extranjeros, siempre y cuando
persistiese en su proyecto de convertir a Berlín en un centro manufacturero de
lanas, algodones y sedas (De Terra 1956: 17).
La muerte
temprana de su padre determinó que la formación de los hermanos Humboldt correspondiera
exclusivamente a su madre Marie Elisabeth, descrita como mujer culta pero
rígida y convencional, a quien faltaba calor y cordialidad, con poca o ninguna
facilidad para demostrar amor por su familia, y aferrada a la idea de marcar el
futuro de sus hijos según la apreciación propia de lo que era mejor para ellos. Sin duda, proporcionó a Wilhelm y Alexander la mejor
educación posible de la época, mediante tutores privados, imbuidos en las ideas
pedagógicas de J.J. Rousseau (1712-78),
como se estilaba entre las familias adineradas del país. Hay quienes
sospechan que la devoción de toda una vida de Alexander por las ciencias, y su
natural tozudez y persistencia en los proyectos, se debieron a la
autosuficiencia que él tuvo que desarrollar en el frío ambiente familiar en el
que le tocó empezar a vivir.
La formación de
Humboldt estuvo poderosamente influida por la Ilustración Berlinesa, un
movimiento intelectual inspirado por el filósofo Moses Mendelssohn (1729-86),
abuelo del compositor Félix Mendelssohn-Bartholdy (1809-47). Este movimiento
intelectual estuvo muy estrechamente ligado en Prusia con la comunidad judía.
Probablemente de aquella relación se
derivó la inclinación de nuestro sabio aristócrata por las ideas de libertad e
igualdad entre los hombres, reforzada después por su estrecha vinculación con
la cultura parisina y por el torbellino renovador de la sociedad europea en
todos los órdenes, impuesto violentamente por las Revoluciones Americana y
Francesa, y por las demás que vivió de cerca en el siguiente medio siglo.
Dos años antes de
que París fuese sacudido por la irrupción de aquel proceso, los Humboldt
iniciaron su formación universitaria, inicialmente en Frankfurt del Oder.
Aquella primera experiencia universitaria fue decepcionante, y en menos de un
año, en 1788, Alexander volvió a casa e hizo en Berlín algunos estudios de
administración, para complacer a su madre. Ese año conoció y empezó una amistad
de por vida con Carl Ludwig Willdenow (1765-1812), el reputado botánico que
habría de impulsar aún más su devoción por las ciencias naturales. En 1789,
Alexander y su hermano ingresaron a Gottingen, la más famosa universidad
alemana de la época, en la cual caería
dentro de la órbita de influencia de los profesores Johann Heinrich Blumenbach
(1752-1849) y Christian Gottlob Heyne (1729-1812). Del primero recibió los
estímulos para la observación directa de los fenómenos y los viajes de estudio,
de los cuales, sobre un escenario estrictamente alemán resultaría su primer
libro de mineralogía. A Heyne le adeudó
su afición por la arqueología y la claridad crítica de los estudios históricos
y sociológicos. Fue también por Heyne que Humboldt pudo conocer al yerno de
aquél, Georg Forster (1754-1794), un botánico veterano de muchas travesías,
entre ellas la de la vuelta al mundo nada menos que con el capitán James Cook.
Forster —escribe De
Terra (1956: 39-40)— había aparecido como un cometa en el firmamento académico de Gottingen, y el
joven Humboldt fue lo suficientemente
rápido para agarrarle la cola. Invitado o no, decidió acompañar a
Forster en un viaje a Inglaterra. ¿Qué pasaría si se opusiese su madre? Podía ir, le escribió ésta, si al volver
continuaba sus estudios de comercio en Hamburgo. Ella y su consejero Kunth no
previeron con claridad lo que este viaje con Forster significaba para
Alexander.
Aquel primer viaje formativo se hizo en la
primavera de 1790: observaciones sistemáticas de todo el contenido del paisaje
a lo largo del Rin hasta Holanda; y de allí a Inglaterra. El regreso lo
hicieron a través de la Francia revolucionaria, llegando a París a mediados de
aquel año. A partir de tan ricas experiencias, cristalizaron tanto el decidido
interés de Humboldt por la geografía, como el fortalecimiento de sus ideas
liberales, reafirmadas a través del
entusiasmo con que Forster secundó el ideario revolucionario.
Alexander prosiguió
su formación en la Academia Busch de Hamburgo, y luego, en 1791, en la Escuela
de Minas de Freiburg, a donde ingresó atraído por la fama del equipo docente
que presidía A. G. Werner (1749-1817), uno de los más famosos geólogos de la
época, y también para buscar una
especialización en administración minera, que eventualmente le permitiría
ingresar al servicio público, aplacando los insistentes reclamos de su madre
para que orientase su formación en tal sentido. Y, en efecto, poco después
Humboldt se emplearía en el Departamento Prusiano de Minas, en la sección correspondiente
a Franconia, alcanzando en breve tiempo el rango de supervisor, la más alta
posición disponible. Allí pudo percatarse de los problemas económicos asociados
con la explotación minera, mientras, por otro lado, tuvo la oportunidad de
estudiar y buscar soluciones a los problemas sociales de los mineros. En 1793
publicó su primer trabajo científico importante, fruto de sus observaciones y
experimentos relacionados con las plantas que crecen en los socavones.
En 1796 murió la madre de Humboldt, y casi de
inmediato él renunció a su puesto de supervisor de minas, para dedicarse a lo
que siempre había tenido en mente: ser un hombre de ciencia. Tenía 27 años de
edad, una buena formación en geología, botánica, geografía, astronomía,
zoología, humanidades clásicas y dominaba los idiomas inglés, español, francés
e italiano. Era animoso y tenía a su disposición una herencia lo
suficientemente grande para despreocuparse de la necesidad de trabajar para
ganarse la vida. Además, se daba el lujo de contar entre sus amigos a los
mejores científicos de Europa. Era muy cercano de dos de los personajes más
influyentes de la comunidad intelectual, Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)
y Johann Christoph Friedrich von Schiller (1759-1805).
De entonces en
adelante toda la dedicación de Humboldt se orientaría a prepararse para las
expediciones científicas con las que había soñado desde hacía años. Hizo varios
viajes que lo llevaron a Jena, Dresden, Viena y Salzburgo, acumulando el equipo
que necesitaría para realizar sus observaciones con el mayor rigor y exactitud
posibles. Con idéntico propósito, y también para revisar las colecciones
botánicas allí existentes, viajó a París en 1798. En esa ocasión conoció a un
joven botánico de nombre Aimé Jacques Alexandre Goujaud Bonpland (1773-1858),
quien luego se constituiría en su muy valioso compañero de viaje al Nuevo
Mundo. La decisión de viajar a América fue una fortuita alternativa que siguió
Humboldt cuando sus planes originales de dirigirse al Norte de África quedaron
en nada.
Humboldt y
Bonpland optaron por ir a España, para buscar el permiso de la Corte que les
permitiese visitar sus colonias de ultramar. En Madrid permanecieron desde
febrero hasta mediados del año de 1799. Finalmente, portadores de pasaportes
especiales, los dos científicos salieron del puerto de La Coruña el 5 de junio
del penúltimo año del siglo XVIII, rumbo a las regiones equinocciales del Nuevo
Continente. Sus sueños de explorador científico a escala mayor estaban en la
ruta de la realidad. Y como es de suponerse, Humboldt estaba en un estado de
excitación extraordinario. En carta a
un amigo de nombre Freiesleben, escribía:
Estoy aturdido de alegría. Zarpo en la fragata española Pizarro. Desembarcaremos en las islas
Canarias, y en la costa de Caracas, en Sudamérica... Recogeré plantas y
fósiles, y realizaré observaciones astronómicas con los mejores instrumentos.
Trataré de averiguar como actúan las fuerzas de la naturaleza unas sobre otras,
y de qué manera influye el ambiente geográfico en las plantas y en los
animales. Resumiendo, lo que quiero es hacer observaciones acerca de la armonía
en la naturaleza” (Humboldt, cit. por De Terra 1956:
75).
Un regocijo, en
fin, casi tan cercano al éxtasis como el que lo embargó al encontrarse días
después, el 16 de julio, en tierra americana. Así le escribió ese mismo día a
su hermano desde Cumaná:
¡Qué árboles! Cocoteros de 50 a 60 pies de
altura, la Poinciana pulcherrima con ramilletes de un pie de altura de
flores de un rojo vivo magnífico; plátanos y una masa de árboles con hojas
monstruosas y flores perfumadas de tamaño de una mano, de las que no sabemos nada...
¡Qué numerosas son también las plantas más pequeñas aún no examinadas! Y qué
colores poseen los pájaros, los peces, hasta los cangrejos (azul cielo y
amarillo)! Hasta ahora nos hemos paseado como locos... Bonpland asegura que se
volverá loco si no terminan pronto de aparecer las maravillas. Pero lo que es más
bello aún que estas maravillas vistas
particularmente, es la impresión que produce el conjunto de esta naturaleza
vegetal poderosa, exuberante, y sin embargo tan dulce, tan fácil, tan serena (Humboldt 1989:
14).
Lo que
ocurrió enseguida es toda una
epopeya científica. La agenda de Humboldt y su asistente por
tierras americanas durante los siguientes cinco años fue tan apretada e intensa
como productiva. Aunque el itinerario y los trabajos realizados son de sobra
conocidos —y han sido descritos en detalle en numerosos escritos, incluidos,
por supuesto, los del propio sabio— vale la pena recordarlos en este bicentenario,
así sea de manera muy resumida.
Permanecen como un monumento de la investigación individual, y un ejemplo
de la manera como un estudioso puede con método riguroso cubrir amplios
escenarios y complejos problemas, para producir resultados de gran relevancia,
en tiempo limitado.
Partiendo de
Cumaná, Humboldt se desplazó a varios puntos de la región andina venezolana,
durante los últimos meses de 1799 y principios del siguiente año, haciendo todo
tipo de registros, desde las condiciones de los esclavos negros, los cambios experimentados por el lago
Valencia, recolección y clasificación de infinidad de plantas y animales, hasta
observaciones astronómicas, incluidos un eclipse solar y una gran lluvia de meteoritos. A partir de
febrero de 1800 se adentró con Bonpland en los Llanos, rumbo al Orinoco.
Navegando en canoa por el Apure, los viajeros llegaron al gran río, el cual
remontaron hasta el Atabapo, corriente que los condujo a los afluentes próximos
a la cuenca del Río Negro. Arrastrando la piragua por tierra, los cargadores
los llevaron hasta afluentes de aquel río de la cuenca amazónica, por uno de
los cuales navegaron hasta a unos 2° de
latitud del ecuador. Luego remontaron el Río Negro hasta encontrar el
Casiquiare, cuya penosa y larga navegación les permitió comprobar la conexión natural
entre las dos cuencas fluviales más importantes de Sudamérica. Otra vez navegando
por el Orinoco, ahora aguas abajo, y luego de
la demora ocasionada por la enfermedad
de Bonpland, que estuvo a punto de morir en Angostura, los científicos retornaron
a Cumaná el 1 de septiembre. Habían recorrido unas 6.400 millas a través de una
de las regiones más inhóspitas de América. Escribe De Terra:
Su botín científico era fabuloso en datos,
colecciones y mediciones por medio de instrumentos. Habían colectado veinte mil
plantas, de las cuales clasificaron mil cuatrocientas en el camino... Habían
realizado el primer corte transversal en la profusa riqueza vegetal de los
trópicos americanos y les era posible aplicar el sistema de Lineo a miles de
especies vegetales hasta entonces desconocidas (De Terra
1956: 92).
A fines de
noviembre de 1800 Humboldt y Bonpland se embarcaron para Cuba, de cuyas
observaciones tanto en la Habana como
en varias partes de la isla resultaría el material suficiente para un ensayo memorable que se publicaría más de un cuarto de siglo
después (Humboldt 1826). Dicho sea de paso, la obra
resultante, junto con otra de naturaleza similar escrita sobre México (Humboldt 1808-1810), son dos tratados corográficos en los
cuales Humboldt relacionó de manera coherente y analítica los aspectos físicos
(geología, topografía, clima) con los culturales (comercio, comunicaciones,
población, renta).
El regreso al
subcontinente sudamericano lo hizo Humboldt por Cartagena (tocando tierra por
primera vez en lo que ahora es Colombia cerca de la desembocadura del Sinú), a
donde arribó el 30 de marzo de 1801. Vacilando entre tomar desde allí una ruta
marítima hacia Guayaquil, a través del istmo de Panamá, o viajar por tierra a
través de la Nueva Granada y de paso visitar en Santa Fe de Bogotá a don José
Celestino Mutis —el Lineo de América, como se conocía a este botánico en los
medios científicos europeos—, Humboldt optó por esta segunda alternativa.
Navegaron entonces por el Magdalena durante cincuenta y cinco días hasta el
pueblo de Honda. Desde allí, con Bonpland de nuevo atacado por las fiebres, los
viajeros ascendieron a lomo de mula el flanco oeste de la Cordillera Oriental,
utilizando el camino real hasta la fresca altiplanicie bogotana, muy peligroso
por lo abrupto del recorrido. La oportunidad de compartir descubrimientos con
Mutis y enterarse en detalle de las investigaciones de la Expedición Botánica
fue para Humboldt una de sus más gratas experiencias en el Nuevo Mundo, según
él mismo lo declaró en carta a su hermano enviada desde Ibagué en 1801 (Humboldt 1989: 74). Luego, el 8 de septiembre de 1801,
el viaje continuó hacia el sudoeste, en dirección a Quito, descendiendo otra
vez al valle del Magdalena, remontando
los demás ramales andinos y enlazando los sitios habitados más
importantes, como Ibagué, Cartago, Popayán, Pasto, Ibarra y finalmente Quito, a donde los viajeros
llegaron el 6 de enero de 1802.
Si bien Venezuela
y Nueva Granada habían sido el escenario apropiado para las investigaciones
sobre plantas, y Cuba —y después México—el objeto de estudios de geografía
humana, los alrededores volcánicos de Quito concentraron la atención de Humboldt
en exploración geológica. Más tarde, en
Lima, el mar sería un objeto de singular interés, que lo llevaría a descubrir
la corriente que todavía se suele identificar con el nombre del Barón. En la
sierra ecuatoriana, la escalada de los volcanes Pichincha y Chimborazo le
dieron a Humboldt el puesto de primer alpinista del mundo durante mucho tiempo.
Fue en Quito, en
1801, donde Humboldt conoció a Francisco José de Caldas, el más notable científico criollo del virreinato de la Nueva Granada, por muchos
títulos reconocido como el padre de la geografía colombiana. Caldas había estado ansioso de entablar una
relación científica con el geógrafo alemán, e incluso había acariciado la idea
de que éste le permitiera incorporarse a sus viajes. Por razones que nunca han
sido bien aclaradas, el Barón rehusó a Caldas cualquier género de asociación y
ayuda, a pesar de que le reconoció sus méritos. Muy conocida es la apreciación
que escribió Humboldt en 1802, en nota citada por Bateman
(1978: 71):
Este Mr. Caldas es un prodigio en astronomía. Nacido en las
tinieblas de Popayán, ha sabido elevarse, formarse barómetros, octantes,
sectores, cuartos de círculo de madera; mide latitudes con gnomones de 15 o 20
pies. ¡Qué habría hecho este genio en medio de un pueblo culto y qué no debíamos
esperar de él en un país en que no se necesita hacerlo todo por sí mismos!.
(Hasta ahí
Humboldt. Y nosotros podríamos hoy especular: Qué no habría hecho Caldas si
Humboldt hubiese tenido en su temperamento algo de mecenas. Y qué no habrían
hecho Caldas y muchos otros, tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundos, si
entre las aficiones del Barón hubiese tenido cabida alguna formal inclinación pedagógica para formar discípulos que continuasen su
obra monumental).
Humboldt pasó os
últimos meses de 1802 y principios de 1803 en el Perú, desde donde regresó a
Ecuador por Guayaquil. Allí terminó el manuscrito de uno de los trabajos que
más se le acreditan como geográficos (Humboldt
1805). Luego a México, a realizar importantes observaciones sobre economía
colonial, entre otras. Tras una breve nueva temporada en Cuba, el Barón terminó
sus viajes en el Nuevo Mundo con una visita a Estados Unidos. Allí, en mayo de
1804, tuvo la grata experiencia de ser huésped del presidente Thomas Jefferson,
también un gran aficionado a los estudios geográficos.
Humboldt y
Bonpland retornaron a Europa por
Burdeos el 30 de junio de 1804.
A partir de 1806,
París sería durante varios años el
lugar de residencia de Humboldt, ahora dedicado a las dispendiosas tareas de
ordenar todos sus materiales científicos y a escribir uno tras otro los
volúmenes del Voyage aux régions
équinoxiales du Nouveau Continent.
Ese oficio le llevaría casi 20
años. El esfuerzo resultó en 30 tomos escritos originalmente en francés, el
primero de los cuales salió de las prensas de Levrault et Schoell en 1808; el
último en 1834.
En 1827,
Alexander von Humboldt regresó a Berlín, forzado por sus deudas a aceptar una
bien remunerada posición en la corte prusiana. Desde entonces, hasta su muerte
en 1859, Berlín sería su residencia permanente, excepto por algunos viajes
ocasionales al exterior, el más importante de los cuales fue el que realizó por
los dominios del zar de Rusia durante algunos meses de 1829. En medio de la
fama que lo rodeaba, ese viaje fue una verdadera gira triunfal del sabio, pues
en cada aldea que visitaba, los habitantes lo recibían con los vítores que solo
están reservados para los grandes héroes militares.
Los últimos 20
años de su vida los pasó Humboldt trabajando incansable en la capital prusiana.
Era increíblemente constante en su
tarea de ampliar su legado científico, basado en su propia experiencia y en la
de quienes lo precedieron, contribución histórica de orígenes y naturaleza tan
diversos de la cual su sorprendente erudición tenía completo dominio. Entre
noviembre de 1827 y abril de 1828 Humboldt ejerció transitoriamente como
docente excepcional, dictando en la Real Academia de Ciencias de Berlín un
ciclo de 61 conferencias, ante entusiastas y atiborradas audiencias. Muchos
años más tarde, Jean Louis R. Agassiz (1807-1873) recogería su propia impresión,
y la de otros embelesados oyentes, calificando sin vacilar a Humboldt como “profesor” que sabía “combinar su inmenso
bagaje de conocimientos con la simplicidad de la expresión, evitando todos los
tecnicismos no absolutamente necesarios para la exposición del tema” (Agassiz, 1869: 32, en trad.).
Los temas tratados en aquellas conferencias fueron una formulación
anticipada de la que sería su última obra, una especie de suma cosmográfica que
para él mismo representaba la culminación y síntesis de todo su esfuerzo
científico. Aunque el trabajo formal de su redacción empezaría en 1834, cuando él ya frisaba los 65 años,
la idea del Cosmos era el resultado
de toda una vida de estudio. En carta de aquel año a Karl Varnhagen, citada por
Livingstone (1992: 136, en trad.), esbozaba de la
siguiente manera su último proyecto:
Tengo la loca idea de retratar en un solo
trabajo todo el universo material, todo lo que conocemos de los fenómenos de
cielo y tierra, desde las nebulas de las estrellas hasta los musgos que crecen
en las rocas graníticas —y todo eso en estilo vívido que estimule y cautive el
sentimiento. Cada idea grande e importante de mi escrito deberá ser consignada
allí codo a codo con los hechos. Deberá dibujar una época en el génesis
espiritual de la humanidad—en el conocimiento de la naturaleza... Mi título
es Cosmos.
En el propio
prólogo del Cosmos, Humboldt habría
de confesar que el esfuerzo de toda una vida de trabajo científico estuvo
subrayado por su compromiso con una meta más alta en mente:
La principal motivación que me orientó fue
mi ferviente anhelo de discernir los
fenómenos físicos en su conexión general, y representar la Naturaleza como un
gran todo, movida y animada por sus propias fuerzas (Humboldt
1997: I: 7, en trad.).
Humboldt cumplió
a cabalidad este cometido en su último compromiso con la ciencia y consigo
mismo. Para el prologuista de una reciente re-edición del Cosmos, esta obra puede tomarse como la
introducción de una nueva e independiente ciencia positiva, la physische
Weltbeschreibung, o sea, cosmografía física, en la concepción humboldtiana
(Dettelbach 1997). Es la suma de una postura
erudita diferente, para la que muchos no le escatimaron el calificativo de
“ciencia humboldtiana”.
La misma trascendencia y expectativa que
rodeó la aparición del Cosmos no excluyó, sin embargo, los comentarios
críticos de otros contemporáneos que, en el extremo opuesto de la controversia,
llegaron a reducirlo a la categoría de tratado de indiscutible mérito literario
pero carente de valor científico trascendente. Cien o más años después de que
la fama de Humboldt era indiscutible entre sus contemporáneos, otros críticos
también difieren en la apreciación de sus obras, especialmente en cuanto al
grado de permanencia y a su clasificación dentro de algún compartimiento
científico determinado.
A casi siglo y medio de su muerte y
doscientos años después del viaje al Nuevo Mundo, reiteramos, la figura de
Humboldt, lejos de desteñirse, sigue atrayendo el interés de muchos
intelectuales que quieren re-examinarla. ¿En qué descansa la perdurabilidad del
legado humboldtiano? El tiempo de Humboldt
coincidió con la época de la parcelación disciplinaria del conocimiento,
la independencia de las ciencias y de las profesiones. No es raro, entonces,
que siglos después, en letra de imprenta, en simposios y seminarios, en la web, se le rebusquen a la obra humboldtiana toda
suerte de asociaciones disciplinarias, tanto para exaltar su memoria como para
recabar algún grado de parentela científica que contribuya a la legitimación de
determinada parcela de la comunidad académica.
Tradicionalmente,
sin embargo, han sido los geógrafos quienes reclaman la mayor cuota de derecho
de primogenitura en el legado Humboldt. La literatura del pensamiento geográfico es recurrente a este respecto. Veamos
unos pocos ejemplos. Hanno Beck, uno de
los mejor documentados especialistas actuales sobre el sabio, no vacila en
calificarlo como “el mayor geógrafo de la época moderna” (Beck
1986). Por otro lado, reconociéndolo como a “uno de los fundadores
convencionales de la geografía moderna”, Livingstone acredita el empeño de
Humboldt
para desarrollar una forma de trabajo
científico que hizo pleno uso de las tradiciones geográficas de la Europa del
siglo dieciocho, trascendiendo de aquella herencia, sin embargo, un énfasis
nuevo sobre la importancia de la exactitud, la sofisticación conceptual y la
utilización de la más avanzada instrumentación analítica” (Livingstone 1992: 138, en trad.).
Otro crítico lo califica como “otra de las
figuras paternas de la corriente principal de la geografía moderna”, a
tiempo que indica que “la geografía de
Humboldt requirió de una comprensión cósmica de las fuerzas modeladoras del
entorno ambiental, que integra por igual a las ciencias naturales y sociales
—integración que se hizo evidente en el título de su obra monumental, el Cosmos”
(Olwig 1996: 80, en trad.). Preston James, por su parte,
sostenía que Humboldt "fue, en efecto, un geógrafo, porque se preguntó
sobre las interconexiones entre cosas y eventos de origen diverso, haciendo a
un lado las nuevas barreras que se erigían entre las disciplinas, para lograr
una última mirada majestuosa del cosmos” (James and Martin
1981: 146 en trad.).
Para el finado
profesor de Wisconsin, Richard Hartshorne (1899-1992), una de las más respetadas
autoridades relacionadas con la historia de la geografía alemana, la gran tesis
del Cosmos, que fue de primera
importancia para su autor, tiene ahora poco atractivo tanto para la ciencia
como para la filosofía. Sus estudios de
geografía sistemática, pioneros en el desarrollo histórico del campo, hace ya
tiempo se volvieron obsoletos. Otro tanto ocurre en parte con sus trabajos sobre
lo que se dio en llamar “geografía regional comparativa” (Hartshorne 1939: 82). Pero el mismo autor citado destaca la trascendencia que todavía
hoy es evidente, desde el punto de vista geográfico, en los trabajos ya citados sobre Cuba y México.
Más que reconocerlo como geógrafo, otro autores enfatizan en Humboldt su
relevancia histórica como cosmógrafo y naturalista (e.g. Capel
1981).
Sin entrar en los detalles analíticos que se
presentan en el artículo citado al comienzo de esta reseña biográfica (Rucinque y Jiménez 2001), hoy debemos reafirmar la
importancia del legado humboldtiano para la geografía. Entre el común de los
miembros de la comunidad disciplinaria es poco menos que axiomático reconocer
la singular posición de Humboldt en la historia de la geografía de todos los
tiempos, como también es casi lugar común que se le acredite a secas como
“padre” de la geografía científica. Es ésta, evidentemente, una ponderación
hecha con mayor unanimidad que la referida a la clásica absoluta paternidad de
la disciplina. Como se recordará, algunos asignan a Eratóstenes esta condición,
mientras otros la adjudican a Heródoto. Humboldt ciertamente heredó de aquellos
ancestros el halo de erudición que a través de los siglos caracterizó al
geógrafo. Pero, más importante que eso para la geografía, él inventó nuevas técnicas de observación y medida,
perfeccionó nuevos métodos de análisis
y desarrolló conceptualizaciones innovadoras, todo lo cual conduciría a
la madurez científica que hoy exhibe la
disciplina.
Referencias
Agassiz, Louis. 1869.
Address delivered on the centennial anniversary of the birth of Alexander von
Humboldt. Boston, Boston Society of Natural History.
Bateman, Alfredo. 1978. Francisco
José de Caldas, el hombre y el sabio. Cali, Biblioteca del Banco Popular.
Beck, Hanno. 1986. Alexander von
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Die Dioskuren. Probleme in Leben und Werk
der Brüder Humboldt, ed. H. Kessler, Manheim.
Capel, Horacio. 1981.
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ed. D.R. Stoddart (Totowa, NJ, Barnes & Noble), 37-69.
De
Terra, Helmut. 1956. Humboldt: Su vida y su
época. México, Editorial Grijalbo (trad. por E. Ugarte, de la versión
original inglesa, Humboldt—The life and
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Humboldt,
Alexander von [1858] 1997. Cosmos: A sketch of the physical description
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